domingo, 28 de junio de 2015

QUERÍAN SER TANTO, QUE SE LES OLVIDÓ SER ALGO...



Las oportunidades son boletos con fecha de caducidad. Hasta el amor, tiene un tiempo para ser vivido.


Aquellos pensamientos representaban para ella el placer de lo cotidiano, de lo inadvertido mezclado con las prisas del día, por eso, cuando llegaba la noche, se acurrucaba en el mejor asiento de espectador, el sofá burdeos con dibujos dorados que su tía abuela le dejó en herencia antes de venderlo todo y marcharse a cumplir su último deseos, hacer un viaje en globo sobre las montañas del Colorado. Y, todo esto, antes de que “la llamada del señor le metiera prisa”

Siempre creyó que esa extraordinaria mujer debió nacer en el siglo XXI.  Las probabilidades de volver el mundo al revés, eso sí, para mejor, eran altísimas. Así era Victoria…  

Su tía abuela creía firmemente que la gente feliz leía y tomaba mucho café. Primordial para evocar fotogramas guardados en la memoria de cualquier mortal, como para sumergirse entre las palabras de una crónica bajo el influjo de un buen aroma; seductor y duradero como los granos del café.

Cogía entre sus dedos un cigarrillo Pall Mall, exhalando el humo lentamente antes de comenzar la repetición de aquellos capítulos de su vida que tan feliz la hicieron. Y con la mirada perdida en algún amarillento escenario entre los recovecos de su memoria, hechizaba y aleccionaba a su sobrina nieta entre las artes y los placeres del romance.

[…]Él estaba ahí, con el semblante inexpresivo cuyas facciones endurecidas dominaban a la perfección su rictus. Perdido entre los renglones de aquella historia, la noción del tiempo parecía no tener valor para Andreas. Siempre que una novela negra caía en su rincón de lectura, el resto del mundo parecía dejar de importarle, excepto, cuando sigilosamente ella llegaba para recostarse a su lado.

Victoria siguió gestando recuerdos, millones de momentos vividos al lado de aquel hombre en un proyecto corto de vida. Era inviable interrumpirla entre las aristas de su rememoración...

[…] La pequeña figura fémina se colaba entre los sobrios muebles que custodiaban el espacio del salón. Su pícara sonrisa asomaba entre los labios en el ritual de preparar una mesa para dos, el postre, se lo tomaba abrazada a él en el sillón mientras éste conquistaba su interés haciéndola viajar entre las páginas de aquella novela; las caricias masculinas despertaban su particular imperio de los sentidos. Entonces, levantaba la mirada y sonreías para adentro esperando el siguiente párrafo aún por descubrir. Convertida en un ovillo deseosa  de saber qué ocurriría  en “el puente de los asesinos”, no perdía oportunidad para colarse entre los pliegues de un frenesí…

Andreas con ternura apartó un mechón de su cabello que cubría parte de rostro al tiempo que posaba sus pupilas en las de ellas. Y, en un tono casi inaudible, le repitió por enésima vez esa noche, lo bella que le parecía… […]

La tía abuela repetía cuando la ocasión lo requería, que las flores se traducían en una mirada esquiva que recorre la geografía de tu cuerpo, en el roce de unos labios en tu nuca erizando cada centímetro de tu piel o, tal vez, en el juego de unos descarados dedos desabrochando los botones de una camisa que espera ansiosa caer sobre la alfombra; cuando la pasión toma las riendas entre las sábanas de una cama deshecha, cabalga una propuesta entre susurros con un… “¡escápate conmigo!”

Y poniéndome los pies en el suelo, finalizaba con aquello que adopté durante toda mi vida como un recordatorio de lo etéreo de una ilusión.


"Hay parejas que quieren ser tanto, que se les olvida ser algo…”

Esther Mendoza.




miércoles, 10 de junio de 2015





Le gustaba madrugar y dar largos paseos antes de llegar a la oficina. Desde hacía algún tiempo, cortaba camino perdiéndose entre el parque que preside la pequeña ciudad. El airecillo era fresco y coincidía con la actividad matutina de  transeúntes y deportistas que despertaban sus huesos con carreras matinales. 

Algunos mayores presiden su banco de hierro forjado con charlas que  llevaban posiblemente, a un pasado para ellos no tan remoto. Tropieza con rostros extraños que, con los días, terminan siendo familiares por el simple hecho de cruzar sus miradas cada mañana con amigables sonrisas que llenan su agenda de agradecimientos diarios. Se sube el cuello del abrigo, el aire gélido de las primeras horas, se empeña en estamparle su sello en el rostro poniendo colorada su nariz.

Y, cuando por fin retomó su camino, apareció en silencio sin hacer ruido, una suave brisa resultando un bálsamo para sus heridas…

Esther Mendoza.