miércoles, 10 de septiembre de 2014

Yo, una de ellas...

El tiempo es un testigo que nos recuerda la brevedad de lo que realmente importa.


…En la antesala de mi inminente cumple, me viene a la memoria mi once cumpleaños. Por aquel entonces y frente a una tarta de nata y café hecha con galletas María, - ¿quién no las recuerda?, aún gobiernan un lugar privilegiado en los estantes de cualquier supermercado-, mi madre buscaba mi mirada esperando encontrar una sonrisa de complicidad en su acertada elección con la base en la que pondría dos números uno. Me sentía obnubilada por aquella mesa sencilla; encabezada con la vajilla más repetida de la época, una duralex de color marrón que tanto me gustaba, llenaba de color el fondo del mantel color vainilla. Pero, lo más especial de mi día y causa del insomnio de la noche anterior, sin lugar a dudas era descubrir el trono con que cada año mi madre me sorprendía.

Durante más de cinco generaciones en mi familia materna a las niñas en su onomástica se les engalanaban su silla con flores naturales. Mi progenitora, que tan bien conocía las flores que me gustaban, las elegía con tiempo de antelación y en un perfecto orden y gama de colores, vestía mi puesto en la mesa para resaltar en el calendario la importancia de ese día diez de septiembre…

Mi vestido de cuello bebé combinaba perfectamente con las margaritas y rosas blancas de aquellos ramos recién cortados. Una pequeña y discreta tiara de mi tía abuela, reposaba sobre mi cabeza entre dos coletas rebeldes que nunca tenían la forma que yo deseaba. Las pequeñas rosas de plata envejecida por el tiempo de aquella diadema, terminaron siendo durante años, la joya más preciada que podía lucir.

Y, aunque han  pasado algunas décadas desde aquel entonces, mi silla privada de pétalos blancos y tímidas margaritas, aun reina en un rincón rodeada de millones de instantáneas almacenadas en mi memoria y en la casa que me vio crecer.

Mi madre, tías y abuela cuyo cometido entre otros era recordarme la mujer que estaba destinadas a ser, hoy no están. Cada día y en especial mis cumpleaños, recuerdo como se ponían a mi alrededor halagando lo que ellas llamaban mis dones al tiempo que me recordaban, aquello que siendo menos afortunado, debía mejorar….

Todas y cada una de esas maravillosas mujeres conformaran esos lazos invisible que me recordaran siempre lo afortunada que he sido por nacer y crecer entre ellas; féminas que supieron hacerse así misma desde la creencia de una identidad, la de ser mujer por encima de todo.

A mi madre y a cuantas mujeres me han vestido de experiencias, gracias…


Esther Mendoza. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario