martes, 20 de marzo de 2012

"ESPEJOS ROTOS..."



Nunca dejes que un espejo roto refleje el rostro de quien no eres, ni permitas que el juicio de los demás estropee tu juventud…

Mi espejo roto…

Me costó abrir los parpados y seguidamente aceptar que aún seguía aquí, entre los mortales. Me pregunté ¿por qué? si este no era mi sitio, no lo sentía, no lo quería. Cualquier signo de esperanza era un golpe bajo a mi deseo de eclipsarme. Note correr la sangre por mis venas y el latido de mi corazón parecía una burla del destino…

Ningún estímulo logró motivar que la ilusión entrara en mi torrente de vida. Por momentos, mi mente buscó alternativas que pudiera disuadir a la imposición del universo a obligarme a seguir respirando…

Las lágrimas, corrían por mi rostro y no hice nada por secarlas... Todo mi ser era un torbellino de emociones contradictorias  cargado de incógnitas; no pudiendo ser respondidas por nadie más que por mí mísmo.

A mí alrededor, visualice los vestigios de una errónea decisión. Huellas que marcaron ese instante que  separa la delgada línea que rompe el cordón umbilical con nuestra existencia; estar o no estar, cualquiera de las dos opciones, me convertía en un ser desdichado.

Autómata; así me comporté y pronto aprendí a moverme entre los demás como uno de ellos. Fingí felicidad y dominé  el sarcasmo de un destino que me imponía una vida que no deseaba. Bloquee mi mente a la racionalidad de un rol que me encasillaba en un cuerpo que rechazaba.

Mis pocos años pesaban como los de un aciano. Cerré los ojos ante aquellos espejos rotos que cuarteaban el proyecto de una vida que trace en mi niñez. Mi confianza, se parecía  a los pájaros de verano que con facilidad se van. 
Nuevamente, deje de creer en el paradigma de la felicidad para abandonarme a la amarga sensación de sentir que estaba en el momento y lugar equivocado, resultando inevitable la rendición.

Y aunque alguien cogió de mi mano aquellos espejos rotos, yo cerre su puño dañando así una generosidad que no veía...

Me olvidé del poder del amor. Sentimiento de comprensión que en ocasiones, fue la fuente de escasas plegarias en mis noches de soledad tormentosas deseando que ellas fueran escuchadas.

“Mi fe es poca. En mi corazón no se alberga pero a veces, suceden los milagros…”

Esther Mendoza.

sábado, 3 de marzo de 2012

"CARTA A UNA MADRE..."

Las alas de tu amor entre mis palabras...



“Juntemos el perfume de las flores, el arrullo de las alas, la firmeza de una montaña, la quietud del rio, la frescura de los valles, las miradas de las estrellas, la caricia de una brisa, el beso guardado por Dios en un corazón de mujer, eso, es una MADRE…”

Carta a una madre... 
 Después de mucho tiempo, me siento a escribir aquellos párrafos que quedaron a medias ...

Sentada en el borde del abismo de mis pensamientos, evoco instantes custodiados en un rincón de mi memoria. Me cuesta recordar en qué momento de nuestra historia nos perdimos como madre e hija; de esa inevitable distancia que surge como consecuencia de una ausencia y lugar para los afectos; restándole su protagonismo por falta de tiempo o por sobreentender que todo queda dicho… 

Tal vez, los términos no sean estos y tan sólo sea el acomodo de los seres humanos al dar por sentado que el amor, siempre está ahí y no necesita ser sacudido del polvo de la comodidad de las palabras...

Sobre el piano, observo esa fotografía, marco y tarjeta de presentación de una fina estampa familiar. Algunas imágenes pasean por mi mente reviviendo situaciones de enfados y alegrías, que tal vez en otra situación, tendría otro significado para mí; Icono afín que me envuelve en melancolía.

Sentires no expresados que secuestraron la voluntad de acercarme, impidiendo que conocieras aquello que fue causa de alegrías y tristezas, sin embargo, el temor tuvo más fuerza. La soledad y el abandono propio del entorno y mis sentimientos de niña, prevalecieron por encima de mis deseos cerrando mi boca, ahogando mis emociones y asfixiando mis palabras.

Expresar afectos, iba en contraposición a la comprensión y herirte, jamás formó parte de mi necesidad de ser escuchada con un todo vale. No entró nunca en mis planes arrancarte lágrimas nacidas de mi rebeldía, que pataleaba ante una demanda del propio corazón y dificil de entender a veces. La juventud, nos refleja en espejos donde las fronteras y los límites no tienen fin.
Ví, como te dividías para llegar a todas partes al mismo tiempo, olvidándote de ti y disimulando el cansancio dibujado en tu rostro con una amplia y tranquilizadora sonrisa.

La educación de esa época basada en los miedos y tabúes, engendraron hijos sumisos donde la obediencia sin contemplación, era la máxima de una prole bien educada. Nosotros, mis hermanos y yo, nos consideramos unos privilegiados por vuestra mentaliad abierta e igualitaria a la hora de formarnos.

Madre, sé que me amaste. Tal vez, nuestro cometido no fue el de amigas confidentes, aunque en ocasiones tu debilidad de mujer hizo que me vieras de igual a igual, descansando esas confidencias sobre el tapete de la mesa que nos separaba. Guardo como un preciado tesoro todo aquello que me transmitiste, palabras, gestos y acciones tímidas que salían a pasear en los momentos de tu debilidad humana. 

Creía que sabía todo de ti;  no te expusiste a la ambigüedad de los otros. Tu mente pragmática y necesidad de controlar el entorno como consecuencia del rol de madre, me hizo valorar y prestar más atención  a tu condescendencia de “mamá y mujer”. Nadie, te enseño que arriesgar y equivocarse en algunos momentos, son dos caras de la misma moneda. Sin embargo, conocí la identidad de tu alma al ejemplarizar en actitudes, la aceptación de lo que te tocó aprender…
Revivo escenas de mi infancia. Tu voz alegre y cantarina despertándonos  por las mañanas, acompañando las tragedias de los boleros de Machín ó los Panchos con su “reloj no marques las horas…”, también, tu sonora carcajada corriendo por el pasillo tras cuatro niños con zapatilla en mano después, de haberles descubierto en alguna travesura...
Inolvidable la hora de la merienda; mis papilas gustativas al viajar en el  tiempo, se pierden entre las  galletas María  y el chocolate caliente en el tazón personalizado que teníamos (la niña, el pequeñín, el rebelde y el gruñón)…

El broche de oro al recapitular la película de mi vida, se lo lleva las anheladas noches, calificadas éstas, como “lo mejor de aquellos días” Todos juntos como polluelos nos refugiábamos buscando el calor en tu cama y embelesados, escuchábamos aquellas “historias de viejos” que nos desvelaban, en vez de adormecernos debido a su alto contenido en suspense.., pero siempre, terminabas con ese cuento donde ¡todos eran buenos!... y los finales no se comían a las perdices…

Madre, evoco de mi padre, sus notas manuscritas en un papel cuidadosamente elegido, con una carga sentimental que fomentó en mí, el amor romántico...  Cada día en los rincones de la casa,  había algunas misivas recordándote lo que te amaba. Mensajes en una bandeja que vestían junto a la flor, el café que despertaba tus mañanas. Te cuidó como a la niña de sus ojos, amándote como se amaba a sí mismo sin diferenciar las almas, pues los dos, formasteis una…
Sería fácil buscar en un nicho esa parte de ti que yace de la materia; pero no te reconozco ahí, te siento cerca, presente, en mi...
Enviar al cielo esta carta seria una utopía; hay huelga de mensajeros; parece que están todos aquí abajo tratando de arreglar algunos principios de piedra de muchos, donde la tolerancia y el respeto brillan por su ausencia. Mucho trabajo para los ángeles...
En ocasiones, junto a la semilla del amor crece la del desprecio, desencadenando que hombres y mujeres empuñen la espada de Damocles. 

Me perdí en el tiempo al confiar que era inmune al sentimiento de  tu perdida, no me preparé para ello. 
Mi timidez de niña, me convirtió con los años en la mujer introvertida que se privó de los actos únicos que sólo, pueden existir entre madres e hijas. 

Hoy, te busco en algunos rincones de mi existencia. Te recuerdo en mis momentos de soledad elegida pidiéndote en una humilde plegaria, que no te alejes mucho y cual ángel protector, me sigas cuidando como en mi niñez, librándome de toda fuente de peligro. Cuando el sufrimiento nos sorprendía, nos enseñaste a ser buenos alumn@s, aceptando la adversidad para comprender rápidamente la lección y avanzar en este viaje llamado vida… 

Esther Mendoza.